Cosas que me gustaría haber sabido cuando tuve mi primer bebé

Cosas que me gustaría haber sabido cuando tuve mi primer bebé
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Con nuestra quinta hija literalmente en los talones en pleno décimo mes de embarazo, me pregunto qué cosas de las que ahora sé me gustaría haber sabido cuando tuve mi primer bebé. Recuerdo las conversaciones inverosímiles que durante nuestro embarazo primerizo teníamos el padre de la criatura y yo.

Conversaciones tan alejadas de la realidad como cuando me afanaba en discutir si sería mejor darle la toma a la hora del aperitivo o ya después de comer y cómo nos cuadraría aquello con unos buenos boquerones en una terracita agradable. En mi versión primípara debía pensar que los bebés eran unos artilugios programables y previsibles.

Luego vino La Primera y no le quedó más remedio que desmontar todos los mitos que mis estrógenos desbocados habían tenido a bien fabricar. Recuerdo vivir mi primera maternidad con sorpresa, todo era tan nuevo y tan inesperado que tenía la sensación de flotar en una realidad paralela. Fueron unos meses estupendos en los que disfruté muchísimo de nuestra niña, pero la experiencia es un grado y me hubiera gustado saber entonces algunas cosas que ahora sé.

Todo pasa

Una de las transformaciones más curiosas que uno sufre con la llegada de un bebé es la percepción del tiempo y, sobretodo, de lo duradero o establecido. No es raro escuchar a los padres decir cosas como que el bebé es un santo, que duerme del tirón y que sólo duerme y come. Es posible que el bebé en cuestión no tenga más de 24 horas y que todos esos comportamientos que damos como rasgos definitivos de su carácter no tengan más que unas horas de vida y puedan cambiar radicalmente en los próximos cinco minutos.

Esta fe ciega en las rutinas que acabamos de adquirir nos da confianza pero puede volverse en nuestra contra si de lo que hablamos es de que el bebé no para de llorar, no duerme o tiene gases. Lo malo también creemos que va a ser eterno y para un cerebro con falta de sueño puede parecer un obstáculo insuperable.

Lo más importante que toda madre experimentada aprende es que todo pasa. Muchísimo más rápido de lo que podamos imaginar. Esto nos ayuda a vivir los llantos y las malas noches con la tranquilidad que da saber que no hay mal que cien años dure. Cuando uno tiene a varias criaturas berreándole en la oreja por causas de diversa índole esta píldora de sabiduría es fundamental para mantener la cordura.

El sueño que todo lo cura

No es raro tampoco encontrarse con una madre primeriza presa de una llantina, quién no haya llorado en el puerperio que lance la primera piedra. Unos dicen que es hormonal y otros le llaman baby blues llegando incluso a depresión postparto, pero yo tengo una teoría clara, si una madre llora es porque está cansada.

El agotamiento puede ser físico, mental o emocional y el llanto puede ser provocado por las razones más variopintas. Desde una puerta que no cierra bien, un bebé que no se duerme o una alita de pollo mal sazonada. Da lo mismo, cualquiera de estos incidentes es la gota que colma el vaso de una mujer exhausta que necesita descansar, silencio y, si es posible, dormir. El sueño lo cura todo.

Las buenas noticias son además, que en esta fase de nuestra vida no necesitamos ocho horas para reponernos. Puede que una hora de silencio y paz sea suficiente para reponernos y con tres o cuatro horas de sueño ininterrumpido renacemos de nuestras cenizas cual ave fénix.

Las prisas no son buenas consejeras

Otro síndrome curioso que suele atacar a las madres primerizas es la incapacidad de dominar de su propio tiempo. No es raro que nos dé la hora de comer en bata y sin peinar sin que acertemos muy bien a comprender qué diantres hemos hecho toda la mañana.

Intentar someter a una madre primeriza a un horario, cualquiera que éste sea, es inútil a la par que contraproducente. Una madre primeriza puede intuir cuándo saldrá de casa pero nunca saberlo a ciencia cierta.

Conviene aceptar esta incertidumbre como tal y asumir que, aunque habíamos quedado en salir de casa a las once, si el niño se pone a llorar a las once menos diez lo mejor es olvidarse de la cita, darle de comer tranquilamente y llegar tarde. Sin más. Dejemos la puntualidad germánica para cuando le tengamos más cogido el truco a nuestra nueva vida.

Lo perfecto es enemigo de lo bueno

Y en cuestione de madres no merece la pena. Es posible que si el bebé ha tenido una entrada plácida en el mundo y nos ha dado unos primeros días relajados nos sobrevengan un exceso de entusiasmo que nos hagan creernos sobrehumanas capaces de hazañas tales como lavarnos y secarnos el pelo con secador, tener la casa como una patena, ocultar la tripa descolgada con una faja que no nos deja respirar o conseguir embutirnos en unos vaqueros pre embarazo. No compensa. Créanme. Más dura será la caída.

Si una se encuentra de cine después del parto lo mejor que puede hacer es ocultarlo y disfrutar de ese bienestar leyendo un libro en el sillón con su bebé y aceptando cualquier ayuda aunque no la necesite. Es posible que hoy tengas fuerzas de más pero habrá días en que te falten, haz acopio mientras puedas. No hay medallas de honor para las madres heroínas.

Nadie espera que tengas tu cuerpo de antes, ni que seas capaz de ocuparte de gestionar una multinacional mientras das el pecho a tu recién nacido. Si no te da tiempo a cocinar, peinarte o leer una novela ligera no pasa nada, ocurre en las mejores familias, y para tú bebé no hay nadie mejor que tú con tus ojeras, tus carnes flojas y tus humores cambiantes.

Todo vuelve

Aunque parezca mentira el tiempo libre, las rutinas y hasta tu cuerpo - o algo muy parecido a ello - acaban siempre por volver a colarse en tu vida. Volverás a sentirte dueña y señora de ti misma. A no ser que tengas una cita ineludible para desfilar en ropa interior no tengas prisa en volver a lucir estupenda, un bebé en brazos es el escudo perfecto para esconder los michelines rebeldes un tiempo. Con unos sencillos cuidados postparto lo conseguirás sin agobios.

Ninguna madre, por mucha experiencia que una acumule, es inmune a los agobios, cansancios y llantinas del puerperio pero la perspectiva de lo ya vivido nos ayuda a saber que es normal, que no tiene nada de malo y que todo pasa. Estas son las cosas que me gustaría haber sabido cuando tuve mi primer bebé.

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