Criar sin azotes: los que nos rodean y nosotros mismos

Criar sin azotes: los que nos rodean y nosotros mismos
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Hemos hablado de algunas técnicas que podemos ir usando para criar sin azotes, controlando nuestro enfado cuando se nos pasa por la cabeza atajar un mal comportamiento de nuestro hijo con un azote. Estas han sido fórmulas generales para evitar que la ira nos domine y realizar cualquier acción desde el amor y la reflexión, no habiendo perdido el control para recurrir a los gritos o los cachetes.

Además hemos recalcado lo importante que es no estar solos en esta aventura, pues usualmente el entorno no siempre apoyará nuestra decisión de evitar los cachetes, pues sigue siendo común que se vean como necesarios o simplemente, no perjudiciales. Pero si nosotros no pensamos así y queremos evitar que nos domine ese sentimiento agresivo como lo domeñamos con otras personas que nos enfadan, vamos a necesitar ayuda de los que nos rodean y también de nosotros mismos, de los niños que fuimos en nuestra infancia.

El grupo de apoyo

Si nadie entre nuestros familiares o conocidos entiende nuestras inquietudes el camino será más complicado. Por eso hay que buscar una "tribu" donde experimentar sentimientos de comprensión y amistad: un grupo de apoyo.

Este grupo de personas afines será donde podamos, usualmente, contar lo que hemos decidido hacer, como expliqué hablando de la técnica del observador, y también donde encontraremos esos amigos a los que abrir el corazón y con los que compartir las vivencias más intensas y personales. Nuestros observadores y nuestros cómplices pueden aparecer en esos grupos más generales de personas con ideas semejantes.

Pero aparte de esas personas especiales, en la vida, como seres sociales que somos, necesitamos un grupo de afines donde sentirnos respetados y entendidos. Si cada cena en casa de la familia se convierte en una batalla verbal en la que te dicen que tu niño necesita un buen azote y se burlan de tus ideas te puedes sentir muy solo e incomprendido. Necesitarás un grupo que te apoye.

Seguramente pensaréis que esto parece muy sencillo sobre el papel, pero que, en la realidad, las cosas son más complicadas. Hay muy poco tiempo para empezar nuevas amistades, y más con un niño pequeño, por lo que no resultará tan facil encontrar ese grupo de afines donde sentiros seguros. Pues claro que no es sencillo, hay que buscarlo.

Lo que si os puedo contar es como encontrarlo. Luego, ya os toca a vosotros moveros para entrar, pero seguro que os van a abrir las puertas encantados. Para un próximo tema os hablaré de formas y lugares donde conocer a muchas familias que educan conscientemente sin usar los azotes por si os interesa contactar con ellos.

La técnica del niño interior

Nosotros también fuimos niños y sentimos lo que sienten los niños cuando son apartados bruscamente o les tratan con menos dulzura o respeto del que merecen. Nos gritaron, nos dijeron palabras dolorosas, nos amenazaron, nos pegaron un azote o nos mandaron de malos modos a callar. Y a otros, sin duda, les pasaron cosas peores: palizas, castigos muy severos y abandono emocional. Pero a fuerza de recibir estas acciones de las personas de las que dependíamos absoluta y totalmente, llegamos a olvidar y silenciar que aquello nos hacía sentir tristes o abandonados.

Incluso los niños que sufren maltratos muy graves llegan a negar y a olvidar el daño sufrido, se identifican con el agresor y justifican lo que les pasaba. Llegan a creer que era culpa suya, que provocaban el maltrato al ser inadecuados. "Malos". Niños malos que merecen azotes. Pues no, no existen niños malos y los niños no merecen que se les de un golpe por muy flojito que sea. No lo merecen.

En los gestos en los que no damos buen trato al niño, los sentimientos, aunque sean situaciones menos graves, son muy parecidos. La mayoría de nosotros no sabemos lo que sentíamos cuando erámos niños y nos daban un bofetón o nos llamaban idiotas. No lo sabemos, lo olvidamos, o mejor dicho, nos hicieron negar que nos hacía daño, incluso que pasó. En realidad, la mayoría lo recuerdan con "cariño", ya que se les dijo que era por su bien.

Pero nadie se siente amado, respetado y protegido cuando le agarran del brazo y lo zarandean, le dan un pescozón o le amenazan en mitad de un rabieta. No, eso no les gustaba a los niños que fuimos, les hacía sufrir. Estoy segura, pero cuesta mucho atreverse a hablar con el niño que fuimos y conectarnos con sus verdaderos sentimientos de entonces. Y una vez que nos vemos y lo vemos, entendemos mejor lo que siente nuestro hijo y desearemos no darles esa experiencia.

La intensidad dolor que produce hablar con ese niño interior dependerá de muchas cosas, de la continuidad y la gravedad de los gestos violentos, cargados de ira o de desprecio a veces, que recibimos. También dependerá de todo lo demás que rodeaba nuestra infancia y el mismo trato general de nuestros padres.

Pero seguro que ese niño interior sigue escondido, esperando ser escuchado, contarnos la verdad de sus sentimientos, no de los que los adultos le dijeron que debía tener, sino de los que brotaron de si mismo ante el primer grito.

Si queremos cambiar el patrón de conducta en la crianza y aprender a controlar la ira cuando los niños nos agotan, una manera muy efectiva es contactar con nuestro niño interior.

Si de verdad empatizamos con él y lo escuchamos en vez de quererlo hacer callar cuando llora, igual que deseamos tan intensamente que cese el lloro de un niño, podremos identificar mejor el miedo o la rabia que sentimos ahora y evitar que nuestros pequeños sufran lo que nosotros, de niños, sentimos cuando no nos dieron el mejor de los tratos.

Conocer al niño interior y tenerlo presente nos ayuda a controlar la ira y a no sucumbir al recurso del azote o el grito o la amenaza. Muchas veces, reconocemos entonces, que, sencillamente, reproducirmos los patrones de conducta de nuestros padres y al saber que a nosotros, de niños, eso nos dolía y apenaba, podemos romper con ellos y dejar de justificarnos al hacer con nuestros hijos lo que sería intolerable hacia un adulto.

Saber si nos sentíamos amados, respetados, escuchados y protegidos por nuestros padres, identificar las situaciones en las que nos hacían sentir mal es un reto duro. Muchas personas sienten miedo de conectar con su infancia, de enfrentar los sentimientos y la realidad, y puede que descubran que no fueron tan felices como pensaban. Y sientan ganas de llorar.

Si sucede eso no hay que negar la exploración interior, sino amar a aquel niño que sufría y curarlo, demostrándole que somos capaces de romper con comportamientos que pueden haberse repetido generación tras generación. Seguiremos profundizando en este tema, pues hay muchos recursos que nos queda por explorar para aprender a criar sin azotes.

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