De repente tiene miedo a muchas cosas que antes no le asustaban

De repente tiene miedo a muchas cosas que antes no le asustaban
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Hace unos días oí el testimonio de una madre que explicaba, preocupada, que su hijo había empezado a manifestar miedos ante cosas que antes no le perturbaban en absoluto. Tan preocupada estaba que llegó a solicitar una visita con un psicólogo infantil para que valorara el cambio de comportamiento de su hijo.

El niño contaba entonces con algo más de dos años de edad y, antes de poner a actuar a mi mente de enfermero para buscar una posible causa fisiológica y antes de poner a actuar a mi mente de pseudopsicólogo para encontrar causas que provoquen dicho efecto decidí activar mi mente de padre con sentido común, pensando en cómo habían vivido los miedos mis hijos.

Seguro que más de una madre o padre dirá lo mismo que yo: es posible que haya algo que un psicólogo deba valorar, pero es completamente normal que un niño no tenga ningún miedo cuando es pequeño y que tenga unos cuantos cuando crece.

No se puede temer lo que no se conoce

Es normal porque los niños más pequeños son en muchos aspectos ignorantes. No conocen demasiadas cosas malas, no han visto demasiadas tragedias (la mayoría), no conocen demasiado el lenguaje ni las palabras y apenas conocen sus emociones y por lo tanto no hay demasiadas cosas que puedan producirles miedo.

La oscuridad no es más que la falta de luz que se soluciona cuando mamá o papá aprieta un botón grande. No sé vosotros, pero yo he visto a mis hijos caminar en la oscuridad como adentrándose en el país de las maravillas, más felices que un ocho, sin ver más allá de un palmo por la falta de luz.

Pasado el tiempo, a medida que han ido creciendo, han aprendido qué son los monstruos (por las películas y los cuentos), han conocido qué es la soledad (porque la han vivido o la han sentido) y, en definitiva, se han vuelto seres más racionales, más capaces de anticiparse a los acontecimientos (si me meto en ese sitio quizás pase algo) y más capaces de imaginar.

Mi profesora de filosofía en BUP nos explicó una vez algo que no olvidaré: “no podemos imaginar aquello que no hemos visto”. Le respondí que no era cierto, porque yo era capaz de dibujar un monstruo de forma horrible que nunca antes hubiera visto, y me respondió que no, que ese monstruo estaría formado por estructuras que yo ya conocía o había visto en otra ocasión. Sería algo nuevo, nadie lo conocería, pero sería la suma de muchos inputs que yo había recibido a lo largo de mi vida.

Un niño pequeño, que apenas conoce, no puede temer lo que no conoce, simplemente porque no se puede pensar en algo que no has visto ni conocido. Por eso los niños pequeños apenas tienen miedo a nada. Luego, a medida que crecen, conocen, razonan, piensan, teorizan y por ello empiezan a tener miedos.

Entonces, ¿llevamos al niño al psicólogo?

Seguro que muchos os preguntaréis si esa madre llevó finalmente al niño al psicólogo. No lo sé, aunque imagino que sí. Yo he sufrido los miedos de mis hijos (bueno, ellos más que yo), pero siempre lo he visto como lo he explicado: una consecuencia lógica de la maduración y del conocimiento. Miedo me daría que mis hijos no sintieran miedo de nada, porque quizás no estarían aprendiendo a pensar y a teorizar con ciertas cosas.

No creo que haya que ir al psicólogo porque un niño tenga miedo a algo (a no ser que sea un miedo atroz, incapacitante, que haga que el niño no viva tranquilo) porque los miedos, igual que llegan al hacerse un niño un ser más racional, desaparecen cuando se hacen aún más racionales.

Cuanto más crecen y más maduran más capaces son de entender que los monstruos sólo existen en las películas, que en la oscuridad el mundo sigue siendo igual, sólo que sin luz, y que la casa no cruje porque alguien ha entrado o porque la casa ha decidido irse a dar un paseo, sino que los cambios de temperatura o el asentamiento de la casa sobre sus cimientos hacen que de vez en cuando cruja, por poner algunos ejemplos.

Foto | ellyn. en Flickr
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