El cerebro del bebé: cómo ayudar a su correcto desarrollo (II)

El cerebro del bebé: cómo ayudar a su correcto desarrollo (II)
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Hace una semana iniciamos un tema en el que explicábamos que los padres podemos influir en el desarrollo del cerebro de los bebés si entendemos su funcionamiento.

Hablamos de lo inmaduro que es el cerebro de un bebé en el momento en que nace y explicamos que esa inmadurez es una oportunidad para los padres de ayudar a los bebés a crecer de una manera sana, equilibrada, adaptada al medio y responsable, pero a la vez un arma de doble filo si los adultos no entienden el funcionamiento del cerebro de los bebés y la importancia de satisfacer sus necesidades, sobretodo en las etapas más tempranas.

Como nos quedamos a medias con este tema, continuamos hoy con esta entrada destinada a explicar cómo ayudar al correcto desarrollo del cerebro del bebé.

Mientras el cerebro racional se desarrolla, mandan los cerebros reptil y mamífero

Uno de los descubrimientos más importantes sobre el cerebro de los bebés y los niños es que en los primeros años, mientras se desarrolla el cerebro superior o racional, mandan los cerebros mamífero y reptil.

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Esto quiere decir que en muchas ocasiones las emociones y los instintos dominarán sus actos. Todos los padres coinciden en que los bebés suelen pedir las cosas para “ya”, sin espera, con el llanto. No pueden esperar porque no saben esperar.

Sus peticiones proceden de la necesidad de sobrevivir, de comer, de sentirse a gusto y por lo tanto vienen mediadas por los cerebros inferiores.

En ocasiones necesitarán, y esto es algo que parece que cuesta entender, el calor y el olor de su madre y no sabrán esperar porque no son capaces de entender la espera (digo que cuesta de entender porque a menudo los padres explican que no entienden por qué su hijo llora si está limpio, si ha comido o si hay una temperatura ambiente agradable, olvidando que el afecto y el contacto también son cosas que las personas necesitan).

En niños más mayores aparecen las rabietas, auténticas explosiones emocionales que no saben controlar. Incluso hay niños que pegan a sus padres o a otros niños para mostrar su enfado.

Todo esto es fruto de la inmadurez del cerebro racional y de su incapacidad de controlar las emociones intensas o de expresar el enfado de otra manera menos hiriente.

Esto no quiere decir que debamos permitir que actúen así porque es normal que lo haga. Lo que tenemos que hacer es entender que actúan así porque todavía no son capaces de controlar esos impulsos y tratar de mostrar alternativas para canalizar esas emociones.

La ira, el miedo y la angustia de separación

Cuando un bebé nace su cerebro ya está preparado para sentir ira, miedo y angustia de separación. Cada uno de estos sentimientos o emociones activa una zona determinada del cerebro y se ha visto que, estimulando artificialmente las áreas específicas de cada una de ellas, se pueden activar dichas emociones.

Los bebés nacidos hoy en día llevan en su código genético estos sistemas para ayudarles a sobrevivir. El bebé que siente miedo y que se siente solo llora para que alguien acuda en su ayuda, ya que el bebé que realmente está solo es el que sería devorado por los depredadores.

Ahora no hay depredadores, no hay lobos ni peligros, ya que el bebé está en casa, sin embargo no hay raciocinio en él y diversos sucesos de nuestra vida cotidiana pueden servir de estímulos para sentirse amenazados.

El miedo puede aparecer cuando utilizas una bolsa de plástico, cuando aplastas una botella de agua vacía, cuando se da un portazo, etc. La ira puede aparecer cuando se le desnuda para bañarlo o cuando se le viste o cuando está a punto de dormirse y algo lo despierta. La angustia de separación puede aparecer en el momento en que se sienta solo, simplemente, porque mamá haya salido de la habitación un momento.

No hay peligro real, pero ellos no lo saben.

Nosotros debemos activar las respuestas de control que ellos no saben llevar a cabo

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“Si tu hijo llora, déjalo, así aprenderá a calmarse solo”. Esta frase la hemos escuchado todos los padres y aún ahora, pese a todo lo que se conoce sobre el cerebro de los bebés, se sigue diciendo.

Tiene sentido en cierto modo, si la vemos desde el punto de vista del “si se lo haces tú, él no lo hará nunca”, sin embargo, como todo en esta vida, controlar las emociones requiere un aprendizaje, y muchas de las cosas que una persona aprende las tiene que asimilar de alguien.

Cuando los cerebros reptil y mamífero se activan y se desencadenan emociones intensas, debemos ser nosotros los que les ayudemos a calmar la tempestad para que el cerebro empiece a crear conexiones que le ayuden, más adelante, a controlar las situaciones estresantes.

Si esto no sucede, si el bebé no crea esas conexiones, podría crecer con dificultades para entender, controlar y reflexionar acerca de sus propias emociones.

Escáneres cerebrales realizados a adultos de carácter violento demuestran que siguen impulsos de ira, miedo y defensa que provienen de las regiones mamífera y reptil del cerebro detectándose poca actividad en las partes del cerebro racional que deberían regular y modificar dichos sentimientos.

Dicho de otro modo, como no se les ayudó lo suficiente a crear conexiones neuronales en la zona del cerebro racional que regula y controla las emociones intensas, no son capaces, siendo adultos, de controlarse a sí mismos.

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