Las emociones de los niños

Las emociones de los niños
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Cuando el niño crece todo él es emotividad, y sus expresiones explosivas de rabietas, gritos o enfados, son naturales. Y más que conductas que hay que reconducir o controlar, debemos pensar que significan algo y que pueden esconder, sobre todo si son exageradas, un sufrimiento emocional que sólamente de esta forma están sabiendo sacar fuera.

Las emociones y especialmente si son en descarga explosiva sirven para expresar y también nos dan pistas sobre lo que bulle en el alma de nuestro hijo. No hay que controlarlas, ni regañar por ello, ni burlarse, ni enfadarse. Las emociones curan y transmiten la necesidad del niño.

Pensemos en, por ejemplo, una niña que con cuatro años empieza a pegar, a romper cosas, a no querer comer o vuelve a orinarse encima. Reclama atención, no porque sea caprichosa o manipuladora. Pide lo que necesita. Y parece que lo que necesita es más atención amorosa y exclusiva si es posible. Nos está diciendo algo, y podemos llegar a ella si escuchamos lo que estas descargas expresan. La llegada de un hermanito antes de que ella estuviera preparada para ver repartida a su madre o una incorporación a la escuela no respetuosa o prematura pueden desencadenar estas actitudes.

Pero la niña de nuestra historia no necesita que le enseñemos a controlarse, o la castiguemos, o le hagamos sentir que es mala o egoísta. Necesita que sepamos llegar a la preocupación que le hace querer gritar de este modo. Claro que quiere llamar nuestra atención. Pero nos llama porque nos necesita y no sabe como decirnos lo que siente. La niña de nuestro ejemplo puede que pida de nuevo el bibe, el pecho o el chupete. Puede que necesite dormir a nuestro lado. Puede incluso que necesite llevar pañal de nuevo. El problema no es nada de eso. En realidad, si una regresión temporal o determinados rituales tranquilizadores le ayudan a sentirse de nuevo cercana y cuidada eso le ayudará.

Puede también que nos enfrentemos a berrinches, malos modos y hasta con que empiece a pegar. Obviamente esto si es un problema, sobre todo si pega a su hermanita o a sus compañeros. Esto puede dejar desconcertados a padres que siempre han creido que no se pega, que pegar no resuelve los problemas tanto como a los que ejercen una autoridad de estilo más tradicional y no descartan un cachete.

Si en casa pegamos aunque sea un cachete de cuando en cuando a los niños, si les castigamos o les gritamos, quizá es esto lo primero que podemos trabajar para modificarlo. Los niños hacen lo que ven, no lo que les decimos. Si no les respetamos, no se respetarán ni podrán respetar a los demás. Si mandamos porque somos mayores y deben obedecer ante un grito o una imposición física, no nos extrañe que traten luego de imponerse por la fuerza a los demás.

Si en casa nunca le pegamos a nadie, ni nos pegamos los mayores ni pegamos a los niños indefensos jamás, también podemos encontrarnos sin argumentos al descubrir esta actitud en nuestros hijos. Pero más que sancionar con autoridad o transmitir decepción debemos realizar una escucha activa para poder entender desde donde le nace al niño la violencia y acompañarle en el proceso de curación, que normalmente a quien va a exigir cambiar primero es a nosotros.

Las emociones de este tipo no son su manifestación sino lo que las provoca en el fondo, inseguridad o miedo o soledad. Podemos llegar hasta los niños, pero realizando un proceso de escucha activa, pues ellos no siempre son capaces de expresar con palabras lo que sienten.

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