Curso de maternidad y paternidad: empatía con los niños

Curso de maternidad y paternidad: empatía con los niños
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Llegamos a la parte más importante de nuestro Curso de maternidad y paternidad. Plantearnos una partenidad consciente, comprender la evolución de los niños, controlar nuestras emociones negativas y reacciones violentas es todo una preparación para lograr desarrollar de forma efectiva la habilidad en la que nuestra crianza en armonía se va a sustentar: la empatía hacia nuestros hijos.

La empatía hacia los niños es la piedra de toque que mantendrá nuestra familia como un espacio emocional armónico y respetuoso en el que todos los miembros podrán desarrollarse como personas plenas y sentirse seguro y felices.

Trabajar la empatía hacia nuestros hijos

Ahora, como os decía, llega la parte fundamental de nuestro trabajo como educadores en armonía: el desarrollo de la empatía y de la capacidad de ponernos en el lugar de nuestros hijos.

Comprenderse a uno mismo es un proceso en el que debemos permitir que el niño exprese sus necesidades y sus sentimientos negativos, estando atentos para cubrir sus necesidades más generales, no solo ponerles de comer o cambiarles el pañal.

El niño al que hemos permitido expresar sus sentimientos y le hemos reconocido que son legítimos podra ahora entenderse mejor y, cuando va adquiriendo el lenguaje, explicarlos verbalmente.

El bebé que será el niño de mañana

Pero si sistemáticamente hemos desoido su llanto, hemos negado sus miedos o sufrimiento, hemos querido controlar lo que puede sentir y cuando expresarlo, tendrá más dificultades para hacerse entender y para entenderse. Dejemos a nuestro niño con un berrinche y, en el próximo tema veremos como pasar esta etapa como un escalón más hacia una familia que sabe crecer en armonía.

Por eso una crianza corporal, la lactancia a demanda y piel con piel, el respeto por la necesidad del niño de dormir acompañado hasta que él no os necesite, el nunca negar los brazos, todo es importantísimo para que vuestro pequeño sepa reconocer sus sensaciones y necesidades y confiar en que serán atendidas.

A este respecto creo que merece una mención la lactancia artificial. Por si quedase alguna duda os aseguro que la crianza amorosa y respetuosa es completamente posible si debéis usar lactancia artificial siempre que mantengáis la mirada, las caricias, la cercanía y seáis conscientes de que el biberón es una necesidad que no puede romper la conexión con vuestro hijo. Aunque seguro que ya lo sabéis.

No le dejéis llorar aunque no sea "la hora", dadle siempre el biberón en brazos y haciendo que se sienta completamente abrazado, mirad sus ojos, acariciad sus manos, dejandlo que os toque la piel. Podéis, incluso, dejarle chupar el pecho para succión no nutritiva si el niño no lo rechaza u, si eso no es factible u os produce desagrado a alguno, ofrecerle substitutos del pecho para que succione pero igualmente con contacto corporal.

El biberón es una herramienta que podéis tener que usar, pero no podéis dejar que se interponga en vuestra relación de mutua dependencia natural. Miles de mujeres que han tenido que recurrir a la lactancia artifial mantienen el contacto físico y la conexión emocional total con sus hijos. Si es vuestro caso, seguid confiando en el amor, que es muchas más cosas. Y si alguien os juzga (pues habrá quien lo hará), pues tratad de ser empáticos, quizá solo le falta aprender un poco más sobre lo grande que es el amor.

Respecto al sueño infantil yo aconsejo el colecho o el compartir la habitación con la cuna pegada a la cama, para que el niño pueda sentir nuestra cercanía durante la noche. Pero si la familia decide que el niño debe pasar a otra habitación en cierto momento nunca hay que dejarlo llorar, ni entrenarlo para que duerma solo o no acudir si nos llama, sino respetar su necesidad de contacto físico nocturno estando siempre disponibles para acompañarlo.

El niño que crece

No podemos exigir que el niño se ponga en nuestro lugar y nos comprenda si antes no lo hemos hecho nosotros, tanto desde su nacimiento, como a medida que va creciendo.

No podemos exigir que sea algo automático, aunque, de hecho, los niños son muy empáticos si no destruimos su capacidad de serlo, desean que seamos felices, que los amemos y aceptemos, y desean complacernos. Pero no pueden entendernos ni es su papel, es el nuestro hacerlo y de ese modo enseñarles a ponerse en la piel del otro para que, a medida que crezcan, sea esa su respuesta primaria. Y con los niños, ya sabemos que no sirve decir lo que hay que hacer, lo que realmente aprenderán es lo que nosotros hagamos. Los niños aprenden con el ejemplo.

Cuando nuestro hijo llore, se emberrinche, se ponga quejoso o alborotado, quiera algo que no puede tener o nos desobedezca en algo realmente importante, debemos plantearnos si con esto está expresando una necesidad diferente y descubrir que falla en su entorno para que podamos atender esa necesidad.

Quizá necesita más atención, más tiempo, más ratos en el parque, dormir acompañado. Quizá tiene un problema en la escuela con un compañero o la maestra o quizá, sencillamente, no está preparado para separarse de nosotros tantas horas. La culpa, al final, no puede ser del niño si estamos exigiéndole algo que no está preparado para hacer o no le estamos proporcionando el entorno seguro que precisa en ese momento.

Además, los niños son personas y como tales, son diferentes unos de otros y no es justo exigirles que vayan todos al mismo ritmo que marca la sociedad o nuestras ocupaciones adultas. No siempre podremos darles lo que necesitan (no me refiero a cosas, las cosas son substitutos de emociones en la mayoría de los casos) pero al menos si reconocer que tienen derecho a sentirse tristes o aburridos o tener miedo.

Como decía, la crianza en armonía es una carrera de fondo en la que acompañamos el crecimiento y la educación de nuestros hijos como personas únicas. Y como las carreras de fondo no se gana de un momento para otro. Poco a poco, haciéndonos conscientes de las necesidades de los niños, hablando con ellos, negociando lo negociable, siendo flexibles y cariñosos, damos paso tras paso.

Si las rabietas las afrontamos con serenidad y empatía, sin ponernos nosotros enrabietados, sin gritar ni castigar, sin usar palabras humillantes ni amenazas, estaremos enseñando a nuestros hijos que su confianza ciega en nosotros puede ser mantenida, que nos merecemos su amor sin límites, y, la próxima vez, o la próxima, o la próxima, cuando sea su momento, la rabieta será mucho más suave y el entendimiento entre vosotros y ellos será mucho más armónico.

En serio, desarrollar y aplicar la paciencia y la empatía en la crianza funcionan de verdad. Y, si tenéis problemas para manejarlas, repasad los temas anteriores de nuestro Curso de maternidad y paternidad; os hemos dado algunas ideas para reconocer la ira, controlarla, comunicarnos con los niños y comprenderlos mejor. Y seguiremos tratando de ayudaros y ayudarnos a lograrlo y mejorar como padres y como personas.

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