Aquellos maravillosos años: la playa

Aquellos maravillosos años: la playa
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Creo que no ha habido un solo verano que no haya ido al menos un par de días a la playa. La mayoría de mis recuerdos veraniegos transcurren entren la playa y la piscina. Tenía un amigo que nunca había estado en una playa, éramos del interior y la playa no era algo que estuviera cerca de nuestras vidas, pero aún así no entendía como sus padres no le habían llevado nunca a playa.

Para mi, la playa era ese lugar mágico que olía tan raro y en el que podía disfrutar por fin de mis padres, de los dos, de la mañana a la noche. Pero hoy quiero compartir los recuerdos no tan agradables, eso si, desde el cariño y el humor, de aquellos maravillosos años: la playa.

el odiado momento del embadurne

Situaciones insoportables: los momentos previos al baño

Recuerdo cuando era pequeño, que para mi habían dos situaciones insoportables a la hora de pasar el día en la playa: los momentos previos al baño y la siesta. No me pregunten cuál era más odioso e insoportable de los dos porque no sabría que responder.

Nada más llegar a la zona donde tus padres decidían montar el campamento, mientras tu padre se ponía color carabinero intentando clavar el mástil de la sombrilla, tu madre, sin saber cómo ya estaba preparada con el bote crema solar en la mano y agarrándote para que no fueras directo al agua. Y mira que te habías afanado en esconderlo en el fondo de la bolsa para la playa.

Recuerdo que un año llevábamos una bolsa que tenía roto un bolsillo y si metías algo en él, se colaba al fondo del bolso, entre la capa exterior y la interior. Bueno, pues por ahí metimos la crema (esas ideas que sólo se le pueden ocurrir a dos hermanos cuando aparcan sus diferencias por un bien común) y dio lo mismo, mi madre en un par de minutos la había sacado y ahí estaba, de pie, con un pegote de crema en una mano mientras con la otra te indicaba el punto donde debías de permanecer durante la operación "embadurne 1.0".

y venga crema

Y tu madre te daba de esa crema, o engrudo, que costaba lo suyo extender y claro, como costaba tanto tu madre iba empujando cada vez con más fuerza para extenderla y evitar que parecieras un aborigen en día de fiesta y tú que de aquella no tenías cuerpo para aguantar sus brazadas, que a modo de profesor Miyagui "dal sela, quital sela", te hacían ir paso a paso hacia la orilla, por supuesto por pura casualidad, y tu madre se cabreaba porque te movías del punto de sombra donde ella te había dicho que te tenías que quedar.

Y es que las madres de antes ya sabían que en esos seis minutos de sol sin protección, que eran los que ella tardaba en untarte cual pavo de navidad, de arriba a abajo, te podía dar una insolación o algo peor. No se, quizás le diera miedo que te quemaras tanto y que no fueran capaces a distinguirte del vendedor de pipaschiclescaramelosnaranjahelaaaaada. Una vez terminado el "momento embadurne" pasabas a la fase, "no te muevas que te llenas de arena" y "no te metas en el agua que se te va la crema", los hits clásicos de mis veranos en los 80's. Y tú te preguntabas, llevamos una hora en la playa y aún no he podido salir de la toalla, ¿para qué hemos venido?

Y ahí te encontrabas tu, a tres metros de la orilla y sin poder entrar porque tenías que esperar a que se absorbiera esa capa de manteca que te habían puesto. Yo estaba seguro que mi madre lo hacía para que mi padre pudiera leer el periódico tranquilo, al menos la sección de noticias nacionales, nunca se lo dije para que no se llevara un disgusto la pobre, no se crean. Claro que uno se vengaba preguntando cada diez segundos "¿me puedo meter ya?, ¿Y ahora? ¿Ya es la hora? Me dijiste lo mismo hace ya un montón de rato. ("rato", famosa unidad de medida de tiempo por aquel entonces)

Pero, tal retahíla de preguntas no podía quedar así, impune y entonces era cuando tu madre metía la mano en ese bolso de playa donde se guardaba el contenido de tres tiendas de ultramarinos y sacaba...¡UNA GORRA! Horror, ya estaba todo perdido,porque por aquel entonces, no había como ahora 300 tipos de gorras diferentes, no. Antes había dos tipos de gorras, las feas y las que te quedaban enormes. Luego estaban las azules de Nivea que venían de regalo con la crema bronceadora, pero esa siempre se la quedaba mi madre. Podéis haceros una idea de como deberían ser el resto de gorras si la de Nivea te parecía la más fashion del verano.

Resumiendo: que ahí estabas tú, sentado en la toalla, mirando al mar mientras todo el mundo se reía y disfrutaba del romper de las olas y tú les observabas preguntándote por qué tu madre no podía ser como la madre de tu vecina de toalla.

escena de ciencia ficcion en mi epoca

Lo que siempre me extrañó es que nunca hicieran una canción del verano sobre ello o una serie de dibujos animados. Desde luego, guión había, de eso no tengo duda, teniendo en cuenta lo lento que pasaba el tiempo hasta que tu madre daba el pistoletazo de salida y te pudieras meter en el agua, podríamos haber grabado una temporada entera de "Oliver y Benji en la playa", porque os juro que tardaban lo mismo en hacer una jugada que yo en meterme en el agua.

Y hablando de meterse en el agua; después de llevar al sol más de media hora, (recordemos: saca las cosas del coche, busca sitio, coloca el campamento, extiende crema, espera que se absorba), nos encontramos con un aumento de la temperatura corporal de unos 300 grados que hacían que meterte en el agua fuera todo un acto de fe y autocontrol para no soltar la retahíla de tacos que le oías decir a toda tu familia.

Foto | ThinkStock
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