El poder hipnótico de la feria

El poder hipnótico de la feria
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Sospecho que hay un poder sobrenatural en los cochecitos de la feria. Los fabricantes tiene la fórmula para que los niños pasen junto a los cochecitos y se queden pasmados, atraidos como por un imán y estirando del brazo del padre que no desea caer en las redes de la feria. Paro caerá. Caemos.

¿Serán las luces de colores, serán los flashes cegadores, será la música ensordecedora? ¿Cuál es la fórmula del flautista para atraer a los pequeños? Porque en principio, esas luces y esa música chillona junto a las estruendosas sirenas cuando empieza o acaba la vueltecita en los coches parecerían ser disuasorias en cualquier otro contexto.

Pero no, en la feria, esas luces y esos sonidos les atraen, nos hipnotizan, no caemos en la cuenta de que tres euros el viaje es algo excesivo (cinco duros en nuestra época, no hace tanto, oiga).

"Quiero subir, mamá", "nene ahí", nos dicen nuestros pequeños embelesados con el gran Mickey o Donald falsificado, y decidiendo en qué cacharrito subir, si en el coche de bomberos, en la caravana del oeste o en la moto.

No importa que hayamos querido esquivar la feria, al final, se cruza en nuestro camino y, como la Coca-Cola o las golosinas, los pequeños caen en la tentación, la tentación los atrapa, con nuestro consentimiento, claro. Al menos, dar una vuelta en los cochecitos no perjudica la salud. O eso pensaba, si no fuera porque a veces se marean. O si no fuera porque el exceso de decibelios puede dañar el oído.

O si no fuera porque les da un ataque de ansiedad, lo cual suele suceder la primera vez que montan, incluso por "voluntad" propia. Eso si podemos hablar de "voluntad" porque, como digo, sospecho que hay algún ingrediente secreto en las ferias para anularla...

De modo que, si es la primera vez que el niño sube a los cochecitos, mejor elegir la atracción en la que podamos ir de acompañantes, aunque sea agazapados, porque ir sin compañía un buen rato pasándolo mal no es un buen trago... Y subirse al tíovivo en marcha tampoco es sencillo. No hablemos de bajarse... mejor no.

Ahora bien, si en algún momento mis hijas no me piden subir porque el poder hipnótico de la feria les deje de hacer efecto, no seré yo la que les facilite la ficha para darse una vuelta. Mejor nos compramos un trocito de coco y seguimos paseando. O mejor, vamos a pasear al parque que hace menos ruido... y es gratis.

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