Hace falta una tribu para educar a un niño y yo sólo soy un padre

Hace falta una tribu para educar a un niño y yo sólo soy un padre
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Seguro que en más de una ocasión habéis oído una conocida frase que dice que “hace falta una tribu entera para educar a un niño”, que viene a decir que el mejor modo que tiene un niño de desarrollarse es pasando tiempo con sus padres, con los abuelos, con los amigos, con otros niños y, en general, con gente responsable que se haga cargo en diversos momentos de ese niño y de todos los niños.

Hace falta una tribu entera pero la mayoría de padres y madres no disponemos de ella, sino que nos vemos inmersos en la crianza de uno, dos, tres hijos o más nosotros solos, sin el soporte de los demás, llegando a explotar en más de una ocasión y chocando una y otra vez con la realidad: además de mí, necesito una tribu para criar a mis hijos, pero lo único que tengo es a una madre… o al revés, mamá espera tener una tribu entera dándole soporte, y sin embargo sólo me tiene a mí, que sólo soy un padre.

Cómo debería ser esa tribu

Dice la RAE que una tribu es “cada una de las agrupaciones en que algunos pueblos antiguos estaban divididos” o un “grupo social primitivo de un mismo origen, real o supuesto, cuyos miembros suelen tener en común usos y costumbres”. La segunda definición vendría a ser la más correcta si hablamos en términos de educación y crianza porque los miembros de la tribu tienen en común una manera de ser o vivir.

Cuando imagino una tribu que educa a los niños pienso en un poblado donde los adultos trabajan y se distribuyen en diferentes zonas y donde los niños tienen libertad para jugar y explorar, pero siempre con la vigilancia relativa de los adultos que en ese momento están más cerca de ellos.

En ese momento un adulto no puede pensar “sé que hacen algo mal, pero no son mis hijos, así que no les diré nada”, sino que tiene la obligación moral de enseñarles y educarles, de modo que los niños no sólo sean educados por sus padres, sino también por todos los adultos responsables que forman la tribu, además de todos los niños mayores y responsables que les acompañan. De ese modo todos crecen a una y los niños pueden ser educados y criados según las costumbres de todo el poblado.

Suena genial, pero en nuestra realidad actual queda lejos de ser aplicable (al menos en mi entorno). Ya la palabra “tribu” nos aleja de la urbe, porque aquí en las ciudades la palabra “tribu” suele preceder a la palabra “urbana” y entonces adquiere un significado mucho menos recomendable para un crío.

Aquí podemos contar, normalmente, con los abuelos, pero su función suele ser más la de sustituir que la de complementar, porque aparecen para cuidar de nuestros hijos cuando los padres no podemos. Muchos abuelos en cambio ni siquiera hacen esa función porque, ahora que ya descansan de habernos educado a nosotros, deciden dedicar su tiempo libre a otras cosas (muchos hijos, de hecho, ni siquiera contamos con ellos porque creemos que tienen derecho a elegir) y los hermanos y amigos, bueno, ya sabéis, cada cuál tiene su trabajo, su piso, su pareja, su familia y sus problemas.

Cuando la tribu es papá o mamá

Entonces quedamos solos ante el peligro papá, mamá y los niños. Por norma general todo va saliendo, los problemas se van solventando. Los niños van creciendo, se van más o menos educando (si vas teniendo más hijos cada vez tienes menos tiempo para ello) y los momentos geniales se van entremezclando con otros momentos más estresantes.

A saber, que si llora uno, que si lloran dos, que si lloran los tres, la casa por hacer, recados, la compra, uno que se pone malo, el otro que va al colegio y son cuatro viajes diarios de lunes a viernes, en total 20 viajes al colegio por semana, luego uno que quiere hacer deporte y, como ya es mayor, hace hasta partidos, sumando cuatro viajes más pero a otro sitio porque hay entrenamientos y partidos, esto que hay que pagarlo, aquello que lo tienes que llevar antes del viernes, acuérdate de que hay que comprar fruta, que no nos queda, anda que no huelen mal los lavabos, tío, a ver si los limpias, que a los niños siempre se les escapa algo fuera, hay plancha desde hace días, me ha llamado tu madre que a ver si puedes acercarte que le falla la tele, cógeme un rato al niño que tengo la espalda hecha polvo, duérmelo que parece que ya no quiere más teta y ya sabes que en brazos conmigo no sé duerme, ponles el pijama, que hace frío y llevan desnudos no sé cuánto rato, la cena, creo que quieren bocadillos, aunque al pequeño podríamos hacerle una sopa, etc.

En fin, qué os voy a contar que no sepáis ya, es el día a día que hacemos con esa sonrisa de quien, a pesar de todo, es feliz. Sin embargo, hay momentos en los que uno de los miembros de la pareja llega al límite y espera que el otro se comporte como esa tribu que tanto necesita y como ya he dicho, yo sólo soy un padre.

Apenas tengo tiempo de afeitarme, así que ahora sólo lo hago una vez a la semana y ni siquiera uso espuma… me afeito en la ducha, mientras me ducho con mis hijos, con un espejo de juguete que tienen hace tiempo (Dios, qué confesión más lamentable), por las mañanas ni siquiera tengo tiempo de lavarme la cara y salgo por la puerta con la casa hecha un semidesastre, teniendo que recoger ella lo que queda con el otro en brazos o colgado, cuando lo que le apetece al niño es precisamente estar tranquilo (o sea, que todo sucede llorando).

Todo ello hace que ella me exija que haga más, porque no llega, y que yo le pida que haga más, porque no llego, que ella se queje por cómo hago las cosas y que yo me queje porque no sé hacerlas mejor, que ella me diga que necesita más ayuda y que yo le diga que me avise el día que me vea sentado en el sofá sin hacer nada, que ella espere que yo sea su tribu y que yo espere que ella sea la mía, pero yo sólo soy un padre y ella sólo es una madre, que no es poco en ninguno de los casos, pero que juntos distamos mucho de ser una tribu entera, una de esas en que los niños tienen tanta libertad que pueden ser criados y educados por todos.

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