La justa medida de un castigo

La justa medida de un castigo
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Aunque ya sabemos que el castigo no es una de las mejores opciones, hay casos en los que es lo único que surte efecto. Pero hay que saber diferenciar, ya que dependiendo del niño un castigo puede frustrarlo más. Por ejemplo, un niño hiperactivo que no hay manera de que se esté quieto no debe ser castigado, ya que través de su mal comportamiento pretende llamar la atención.

Este tipo de niños, ante un castigo se frustran mucho más. En el caso de que un niño sea algo patoso y a menudo se le caen las cosas y las rompen sin querer o cuando salen a jugar se ensucian considerablemente, un castigo aumenta su baja autoestima. Por tanto es difícil dar un castigo y más saber la justa medida de éste.

Un castigo nunca se debe imponer a la ligera, pero si se deben tener en cuenta cuando hay motivos y son la única solución y aunque no nos haga ninguna gracia hay que cumplirlos a no ser que demuestre que su comportamiento ha cambiado. Siempre es preferible un castigo que no una bofetada o unos azotes. Los castigos físicos no resultan eficaces ni son aconsejables, ya que lo que provocan son sentimientos negativos y una mala reacción por parte del niño. Castigar de una manera correcta es una ardua tarea, no resulta nada fácil, pero hay que tener en cuenta que el niño debe entender por qué se le ha castigado, debemos utilizar un lenguaje claro y conciso para que el niño comprenda cual es el problema. Debemos intentar ser coherentes e imponerle siempre el mismo castigo cada vez que vuelva a cometer la misma trastada y no pasar por alto el mismo acto en alguna otra ocasión, ya que dejará de creer las explicaciones que le habíamos dado anteriormente y posiblemente en nosotros.

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Mostrarnos firmes siempre dará más posibilidades de que un castigo sea eficaz, pero nunca debemos mostrarnos agresivos o muy autoritarios. Un tono adecuado y un rostro serio darán que pensar al niño y siempre debemos desaprobar la conducta pero nunca al niño, este es un error que en ocasiones incurren algunos padres.

Con respecto a las amenazas, algo frecuente, en realidad no sirven de nada y más si no se cumplen, por tanto una amenaza debe ser un aviso de lo que pasará en el caso de no cambiar su conducta y si no la cambia, hacer la amenaza efectiva pero siempre con coherencia.

Nadie quiere castigar a su hijo, siempre es mejor intentar conversar y hacerle comprender lo que debe o no debe hacer y que sea consciente de que el castigo no se impondría si no actuara de manera inadecuada.

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