Queridos mamá y papá: un día echaré a volar, y ese día no podréis volar por mí
Ser Padres

Queridos mamá y papá: un día echaré a volar, y ese día no podréis volar por mí

Dicen que aunque hay un día de la madre y un día del padre, todos son los días de la madre y los días del padre, porque se es desde que el bebé nace (e incluso antes) hasta el último de sus días, aunque sus funciones vayan cambiando a medida que sus hijos crecen.

De esto precisamente os quiero hablar hoy, de por qué debemos aprovechar cuando son pequeños para darles todo nuestro cariño, nuestro ejemplo y nuestro amor: llegará un día en que echarán a volar, y ese día no podrás volar por ellos.

Ese día tendré que volar solo

Es inevitable. Llega un momento en el que los niños y las niñas empezamos a salir del cobijo del hogar, de la dependencia y los límites (al menos de algunos de ellos), y el mundo se abre paso ante nuestros ojos. Vuestro mundo adulto, el mundo en el que vivís y que entre todos habéis creado para que nosotros vivamos también en él.

Dicho así da un poco de miedo, ¿verdad? Lógico. Seguro que habéis luchado mucho por cambiarlo, pero es imposible... todos los padres y madres del mundo deberíais estar de acuerdo e ir a la una, y luchar por una conciliación de verdad, por una sociedad en la que los niños fuéramos lo más importante, y no ciudadanos de segunda como ahora (recordad que somos el futuro), y eso no va a suceder. Por eso se suele decir que si no puedes cambiar el mundo, al menos cambies tú misma, para que tu familia y tus hijos sean parte de ese cambio.

Pues en eso consiste este mensaje, en decirte que lo más importante no es que gastes energía en cambiar un mundo que no podrás cambiar, sino que lo hagas en hacer de nosotros, tus hijos, tu legado, personas de bien. Dice una conocida frase: "No te preocupes por el mundo que le dejas a tus hijos, preocúpate por los hijos que le dejas a este mundo".

¿Y cómo? Pues teniendo en cuenta que no son muchos los años que tienes para hacerlo. Quizás sean 12, quizás 13 o 14, pero llegará un día en el que saldré por fin a descubrirlo todo; batiré mis alas, caeré en más de una ocasión, y mis ganas de volver a intentarlo, mi seguridad en ello, y otras muchas decisiones dependerán en gran medida de lo que haya aprendido en casa, de lo que me hayáis transmitido.

Y es que a partir de esa edad, lo que debe quedar es la confianza. Claro que aún me podrás enseñar un montón de cosas. Aún me fijaré en tu manera de arreglar las cosas, de lidiar con los conflictos y de encontrar soluciones, pero por entonces mi entorno directo se habrá ampliado. Estaréis vosotros, mis padres, pero también estarán mis amigos y mis amigas, cada uno con sus sueños, sus inquietudes, sus alegrías y sus penas, todos diferentes: unos con ganas de ser el mejor, otros con ganas de pasar inadvertidos, otros buscando ser los más populares y otros los más rebeldes.

Me juntaré con todos ellos, y tendré que encontrar mi lugar en ese grupo y empezar a tomar decisiones importantes. O al menos lo serán para mí. Lo de escoger qué quiero para desayunar o qué camiseta me queda mejor pasará a un segundo plano, obviamente, ante la disyuntiva de irme con el grupo de los más responsables, el grupo de los que parecen buena gente, pero tienen pinta de frikis, el grupo de los antisistema que solo buscan la libertad y vivir a tope, el grupo de... o simplemente decidir no encasillarme en ninguno de ellos y optar por llevarme bien con todos, si es que acaso es posible.

Tendré que escoger qué estudiar, valorar qué me gusta más, descubrir cómo comunicarme con la chica o el chico que me empieza a gustar, decidir si me queda mejor una sonrisa o un cigarro en la boca y si será mejor tratar de pasarlo bien con un refresco, con una cerveza o con esa botella de licor que alguien habrá conseguido fuera de las normas.

¿Me subo a ese coche o no lo hago? ¡Nos acabamos de conocer! ¿Aventura o irresponsabilidad?

¿Me respetarán más si hago esa locura que me dicen que tengo que hacer para formar parte de su grupo? Parece divertido, ¿por qué no? ¿Por qué sí?

También tendré que decidir si ponerme del lado del oprimido o del opresor, o del lado del abusado o del abusador, porque no nos engañemos, siguen existiendo adolescentes con tantos problemas de autoestima, que pretenden solucionarla destrozando la vida de los demás.

¿Descubriré que me habéis estado preparando para un mundo horrible, y os agradeceré el haberme ayudado a ser crítico y firme en mis convicciones?

¿O me daré cuenta de que apenas me ayudasteis a ser autónomo, emocionalmente hablando, porque siempre sabíais lo que era mejor para mí? Quizás ahora no sea capaz de tomar mis propias decisiones porque no me dejasteis tomarlas nunca.

¿O quizás me disteis tanta libertad que ahora no tengo claro qué está bien y qué no? ¿O no era libertad y era permisividad? Tantos años dejándome dominar vuestro mundo y ahora me doy cuenta de que no domino nada, en realidad. No soy nadie fuera de casa. ¿Por qué?

¿Dónde quiero llegar?

Día de la madre

Seguramente te estarás preguntando que a qué viene todo esto, que si lo llegas a saber, ni lo lees. Bien, pues es lo que digo al principio. Que todos son los días de la madre, como todos son los días del padre, y todos son los días del hijo y de la hija.

De lo que hagáis hoy, de cómo actuéis mañana, de cuál sea vuestra manera de ser, actuar y educar cada día, semana, mes y año, dependerá en gran parte cómo seré yo, vuestro hijo, cuando lleguen todos esos momentos. No llegarán el mismo día, claro... será algo progresivo. Pero en ese punto, serán muchas las cosas de las que no os enteraréis nunca, o que descubriréis demasiado tarde. Por eso lo que queda al final es, como digo, la confianza. Ya no tendréis el control, y eso da mucho miedo. Deberá quedar la confianza en que el día que eche a volar seré capaz de valorar mis alas, de descubrir con responsabilidad mis capacidades, mis limitaciones y mis posibilidades, y de escoger bien el camino, aunque a menudo me equivoque.

Eres mi ejemplo, tenlo siempre en cuenta. Eres un abrazo cuando lo necesito, nunca lo olvides. Eres ese corazón que se abre para decirme cómo sientes, cuando sufres y lloras, para que yo aprenda que el dolor existe también, y que de él se pueden sacar cosas buenas, como soluciones o ganas de reflotar, y que cuando no es posible, al menos se puede aprender a vivir con ello.

Eres todas esas cosas, y muchas más, y por eso te lo agradezco infinitamente. Porque cada vez que me tratas con respeto, con cariño, cada vez que te muerdes los labios para no gritarme y buscar otra solución para explicarme lo que podría haber hecho mejor, me estás enseñando cómo debo yo actuar con los demás, y como debo tratarles. Cuando me dices ¡estoy tan enfadada! Y me lo cuentas y al final te entiendo, estoy descubriendo esas emociones que a veces siento y no sé nombrar: la ira, el enfado, el deseo de vengarme... y con tu manera de actuar me enseñas que hay otro modo de canalizar esa rabia.

Y cuando jugamos, y cuando ríes y me haces reír, y cuando dejas lo que estabas haciendo para ayudarme un momento para que yo pueda proseguir, cuando te brillan los ojos al mirarme... Cuando eres mi madre, mi mamá, y te miro con orgullo, y tengo ganas de gritarles a todos que "¡Eh, es mi mamá!".

Solo quería decirte eso. Que lo mal que lo estás pasando ahora, lo duro que se te está haciendo a veces, tiene un porqué: son muchas las preocupaciones, muchas las horas preguntándote cómo hacerlo mejor, muchas horas sin dormir solo por intentar que yo lo pueda hacer a gusto, sin lágrimas. Y luego la constante búsqueda de información para cuidarme del mejor modo posible. Y todas esas horas que me dedicas para enseñarme tantas cosas, y enseñarme a vivir, a comunicarme, a ser.

Todo lo que haces ahora me ayudará a llegar a esa época, al día de mi primer vuelo, con más confianza, valores, principios, autoestima y seguridad en mí mismo. Así que gracias mamá. Sigue así. Seguid así. Gracias por todo.

Fotos | iStock
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